Quise
encontrar un porqué ... Y no hallé respuesta alguna.
Un
silencio estentóreo, deja su eco en el vacío de la omisión recubierto de cierta
tosquedad.
Y
es que lo peor de este mundo no es la guerra, que al fin y al cabo rubrica con
sangre lo volátil de la existencia, ¡no!..
Lo
más desconcertante y peligroso es: Un corazón que piense, que sienta, que
llore, que se angustie ante la injusticia; pero lo mejor, es que no calle bajo
la bascosidad del dinero y el poder, deslumbrado por el oro de la mentira.
¡Esto
es lo que les desquicia!
Pueden controlar hasta las carencias más primarias del ser humano, pero su corazón... ¡Ah! Su corazón es libre, porque así fue creado desde los albores de los tiempos más remotos, y así permanecerá por los siglos de los siglos, en un unísono ÁMEN.
¡Así sea! Este es mi deseo más inocente...en un mundo que da coces a la razón y al entendimiento.
A bote pronto me viene a la mente la fábula del burro: Aquel, que no sabía qué postura adoptar ante los demás, porque si montaba al burro decían:
" Pobre burro tan viejo para aguantar la carga de éste", ¿no le dará lastima?
Y si por el contrario iba a pie, entonces: ¿"Quién será más burro el animal, o el que va a su lado sin montar"?
La conclusión es bien clara: Cuando te apetezca sube al burro y cuando no, pues baja de él, digan lo que digan...ten criterio propio.
No
te aborregues en un mundo de lobos, porque acabarás entre sus fauces.
Y
mira tú por dónde, me encontré paseando un día perdido en la vereda de la vida...de
sentir acompasado, a un niño jugando con unas piedras que frotaba entre ellas
sin descanso.
Llamó mi atención en tal medida, que me acerqué para preguntar ¿Porqué frotas esas piedras con tanto empeño?
A lo que argumentó con sonriente semblante: "Para moldearlas y darle forma a mi capricho; después jugaré con ellas".
De repente, cada piedra cobró vida convirtiéndose en corazones latientes, a cuya fricción se despojaban de lo peor de sí mismos: La envidia, la soberbia, la cobardía, la avaricia, la lujuria...en fin todas las miserias del hombre.
Atónita
pregunté: ¿Quién eres tú que ostentas tal poder?
Me miró con los ojos del universo, su sonrisa reflejaba la eterna felicidad... Me sentí el más miserable de todos los mortales, pero posó su delicada y tierna mano sobre mi corazón, y ardió con el suave fuego del infinito Amor.
"Ya sabes quién soy, ese, al que tan desesperadamente buscas en tu vida. Yo he venido a ti, y todo aquél que me añore con el alma...me hallará en su corazón".
Casi desfallezco ante tal vivencia, pero desde entonces siempre que llevo mi mano al corazón...sé que está ahí.
A cada latido, limando las asperezas del sentir hasta alcanzar la perfección del alma.
"Yo soy... lo que mi corazón me susurra".