Era una tarde veraniega, con
un bochorno que embotaba el pensar, en donde las
palabras húmedas y pastosas cortaban el ambiente, como si de un inmenso pastel
se tratase.
Se oían voces lejanas...Un
espejismo, bajo este abrasador Lorenzo en plena desnudez.
Y en un rellano del bosque,
alrededor de un inmenso tronco centenario acontecía un singular evento.
¿Era una reunión de
amigos?¡No! Era un pequeño comité de investigación, ¡ ya quisieran los del G20
merecer!
Uno le arrebataba la palabra
al otro, queriendo tener siempre la razón. De repente, se oyó una voz de bajo
profundo con reverencial timbre:
Pues yo propongo que dejemos
explicar los motivos a cada uno sin interrumpirnos o no acabaremos nunca, y el
tema apremia, creo.
¡Ah! Mi querido Eulogio, tú
siempre tan reflexivo y melancólico...-Exclamó la ardilla Guillermina,
dirigiéndose hacia arriba apoyada en sus cuartos traseros y apenas vislumbrando la
punta de la copa del tal Eulogio, hijo legítimo del padre centenario sobre el
cual celebraban esta reunión.
¡Si mi padre levantara la
cabeza y viera esta algarabía que sobre sus cenizas tenéis! os pondría en vuestro sitio muy
delicada y caballerosamente -dijo airado Eulogio-
Se hizo el silencio...todos
callaron, pues reverenciaban la memoria y sabias palabras, convirtiéndole así
en Ara de la resignación.
Prosigamos con nuestro
cometido y cuanto antes mejor - dijo Candela, la
cerilla, muy nerviosa y temperamental como de costumbre, con una extremada
delgadez debido a sus ansias por estar flacucha.
Increpó con lenguaje doliente
y ofensivo a su compañera Eufemia, la colilla, muy conformista e impasible, a la cual se le agotaban las fuerzas.
Contestándole
ésta, un tanto pasota a su anterior
argumento soez y chabacano: Eres peor
que una puta, que te dejas arrastrar por cualquiera.
¡Tú lo has dicho, por
cualquiera! ¿Y quién es ese cualquiera? -Preguntó desafiante Eufemia mientras
se doblaba sobre su boquilla arrugada y maloliente-.
No me calientes la cabeza, con
tu filosofía barata, solo me faltaba oír esa estupidez de mojigata ¡es un
pellizco a mi inteligencia! -
replicó Candela-.
¡Tranquilas chicas! - Dijo la
audaz e intrépida Guillermina.-Todos sabemos de quién estamos hablando, pero
ante tal irresponsabilidad, tendremos que poner un poco de nuestra parte; por
ejemplo tú, Eufemia, podrías restregarte fuerte por el suelo hasta quedarte sin
brasa y no permanecer ahí pasmada consumiéndote... ¡vamos! creo yo.
Estoy a un tris de arder en
cólera -replicó Candela-¡No te me acerques, que echo chispas! estas dos memas me quieren convencer de lo evidente.
¡Eh!, los de abajo, "un
poco de por favor" que no dejáis dormir a nadie, - gritó desde lo alto de
una rama, un despistado y dormilón búho,
llamado Ambrosio .-
¡Anda, baja! Tenemos mucho de qué hablar ¡Qué no te enteras,
colega! - Le increparon desde el suelo los demás.-
¡Esperad! yo me inclino – Les dijo Eulogio tan servicial y caballero como
su padre.-
Con un gran bostezo y
desperezar de alas, se posó sobre el altar del tronco el culto y sereno
Ambrosio, monóculo en mano diciendo:
No os parece que sería mejor
dejar nuestras diferencias y abrazar lo que realmente nos une hoy aquí, que no
es otra cosa que salvar al bosque. Dejémonos de tonterías, asemejándonos a
aquel, que nos quiere destruir.
Dicho lo cual, se dispusieron
a repartir cometidos o tareas.
Anteponiendo claro está, las
cualidades meritorias de cada uno en la misión a realizar. A poco que miremos,
siempre hay algo que nos define.
A ver Guillermina - dijo Ambrosio- puesto que
tú eres la más pertinaz portavoz de los
animales terrestres, y de todos es bien conocida la agilidad y buena forma en
que estás... Toma este silbato, te dedicarás a tocarlo cuando veas el más
mínimo atisbo de peligro.
A lo que contestó Guillermina:
De acuerdo, eso está hecho.
Y tú, Eulogio, aunque ya vas
teniendo una edad, refugiarás bajo tus ramas a todos aquellos que puedas,
siendo el cobijo de los sin techo.
En cuanto a ti, Candela, no te encolerizarás con
esa beligerancia, y enfría tu mente lo más posible por el bien común.
Bueno, - respondió Candela-
intentaré que mi testa enmohezca frente a cualquier restregón inesperado de la
vida.
¡Pobre Eufemia! Ten más
dignidad, y apaga la fogosidad que hay en ti a cualquier precio, no te dejes
manipular, ten principios aunque te vaya en ello la vida -Le instó Ambrosio-
A lo que replicó convencida:
¡Vale! no me dejaré manosear tanto, y seré la señorita que siempre quiso mi
madre Dña. Cajetilla.
¡Muy bien! -Contestó Eulogio-
Pero, ¿Qué hacer con nuestro peor enemigo?
¿Quién el viento?-
replica Ambrosio-
No, ese sopla para
donde le digamos, es nuestro aliado, aunque a veces nos sale respondón. -atestigua Eulogio-
¡Ese, no! -
Discierne tan sensato y cuerdo como siempre, nuestro querido Ambrosio- Me
refiero al HOMO STOLIDUM.
Mantendré
los ojos bien abiertos por si algún día recapacita, y deja de destruirse a sí
mismo y a cuanto le rodea.
Entonces y solo entonces,
amigos míos, se convertirá en HOMO
SAPIENS.
Pero mientras llega ese
día...¡Nosotros a trabajar!
De todos es sabido el espinoso
camino, el terrible cotidiano, aderezado con los sin sabores de lo imprevisible
en el deambular del tiempo. Hoy, y aquí,
arranquemos la estupidez calcárea de
quienes quieren destruir la vida...el existir de un mundo que va más allá de
toda razón.
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