Envidia, mala consejera del saber.
Y el entender se estremece…
Aterido por el gélido viento del egoísmo.
No encuentra razón, al porqué de su desdicha.
Entrañas carcomidas por la polilla de la avaricia.
Nada satisface un corazón hambriento de poder…
Mientras seca el baldío huerto de su vida
quedando yermo… una brisa desoladora.
Engulles la generosidad, como monstruo de dos cabezas.
Con una, descuartizas la bondad de un existir…
Y con la otra, devoras lo mejor de ti mismo.
¡Pies que aplastan la honradez del hombre!
¡Sangre que lava la culpa del débil y oprimido!
Y sin quererlo, le revistes con purpura de nobleza.
¡Ególatra! Te hundes en el pozo más ciego de tus miserias,
no quieras que alguien se mire en ti
pues mancharía su rostro, con la peor de las inmundicias.
Espero que un día escuches a tu hermana
cuan dádiva preciada ¡ Sabia entre las sabias!
Y cogidas de la mano, aunéis vuestras fuerzas
en equidad, con mesura … por el bien de este mundo.
Los tesoros de esta tierra, los quiero en la etérea sustancia
más preciada que el oro… EL AMOR.
Para Encarna, una mujer de próvido sentir.
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